domingo, 8 de septiembre de 2013

※...Shonnah - Segunda Parte...※

Obra de mi Autoría. *Green Heart* by Sara Balsera


Shonnah se levantó con sensación de haber dormido cien años. Ser una ayalga astur supone grandes sacrificios, como disfrutar de la luz del Padre Sol, desperezarse tras una larga siesta, correr libremente entre los centenarios tejos y robles, volar a la luz de la Madre Luna, y todo tipo de sacrificio placentero.

Mas Shonnah no albergaba fuerzas para tales tareas. El Sol se había ocultado, la espesa e insistente niebla devoraba las montañas frondosas y salvajes, el orbayu, esa lluvia fina que pasa desapercibida y aún así puede llegar a traspasar tu alma, caía lentamente bendiciendo e hidratando los verdes prados, como si se hubiere detenido el tiempo y no existiere el mañana.

Aquel encuentro con ese Ser misterioso e irresistible hacía varios días atrás, le había dejado sin aliento. Las noches se hacían realmente largas, y los días un suplicio. Ya no deseaba canturrear con los pajarillos, o conversar con su amigo el glayu. Tampoco sentía pasión al bañarse totalmente desnuda en su olla favorita, y chapotear con sus alas de libélula jugando con los pececillos de colores.

Su cuerpo era suyo, mas su mente la había abandonado. Decidió viajar hacia aquel cuerpo fogoso rico en suave textura aterciopelada y paisajes de ensueño o así lo imaginaba ella.

Pero, ¿qué podía hacer? Aún deseando volver a verle, sabía que si ese deseo se hiciera realidad, sólo le traería más problemas. Pues, aún anhelándolo con todas sus fuerzas, no estaba segura de que ese Ser irresistible fuera digno de su corazón. La pasión irrefrenable está bien, mas Shonnah, tiempo atrás decidió renunciar a aquel órgano caprichoso e indispensable para los humanos, por temor a sufrir sin remedio, escondiéndolo en el interior de un robusto tejo. Y, sin su corazón, ¿cómo iba a sucumbir a la pasión? No, no podía ser… Debía controlarse, encontrar su equilibrio, y seguir hacia adelante.

Mientras se dirigía hacia su ídolo rocoso, al cual todos los días le llevaba hermosas flores silvestres en ofrenda a la Gran madre, un estruendoso disparo alertó a los habitantes del bosque. Unos desquiciados cazadores irrumpieron en medio del susurro de las gotas de agua que caían sinuosamente sobre el río.

Shonnah dejó caer las flores al suelo y echó a correr fugazmente en busca de un refugio, pues su pequeña cueva le quedaba lejos.

Los ladridos de los perros cazadores, se acercaban demasiado deprisa y Shonnah empezaba a perder resistencia. De pronto, cuando creía que llegaría a ser descubierta por aquellos incesantes humanos, algo o alguien tiró de ella detrás del robusto tronco de un árbol, tapándole la boca evitando un grito de terror.

Cuando consigue ver cara a cara a aquel Ser que la arrastró con fuerza, sus pupilas se dilataron dibujando un eclipse lunar en sus brillantes ojos. Su cuerpo deseaba rendirse, mas ella era fuerte y no podía consentir caer en un profundo y húmedo pozo de pasión.

Pues aquel ser que la rescató de las garras furtivas, no era ni más ni menos que aquel Ser irresistible, fogoso y adulador que desataba en ella aquella pasión irrefrenable.

Sus cuerpos bien apretados contra el tronco de aquel árbol, testigo de la pasión, casi podían compartir el aire y los sentidos, pues eran prácticamente uno.

Pero todo instante de placer es efímero. Cuando el peligro cesó, aquel Ser de belleza salvaje, le regaló una sonrisa sumamente sensual, acompañada de unas cordiales palabras.

Encantado de encontrarte de nuevo, pequeña ayalga. El otro día no me presenté: Mi nombre es Palben.
Tras escuchar su nombre, Shonnah ocultó una diminuta carcajada, pues aquel nombre significaba “rubio” ó “cabello de plata”, en cambio el cabello del Ser que la visitaba en sus más dulces sueños, era negro como el azabache.

Palben era encantador, sabía manejar las palabras cual poeta. Y eso a Shonnah la embobaba aún más. Mas ella resistía con apariencia de fuerza femenina y salvaje. Sí, le gustaba hacerse de rogar o, más bien, no le quedaba otra alternativa.

Palben era hijo de la Luna, de ahí su nombre. Pues al nacer tras un eclipse lunar, su cabello era blanco como el rayo de luna más hermoso que hayas podido imaginar, y sus ojos pura luz solar. Mas, al hacerse adulto, y descender a la Tierra, su cabello se tornó de color azabache, y sus hermosos ojos ahora eran color avellana. Aún así, en las noches de luna nueva, su belleza exótica hacía presencia.

Tras intercambiar varias palabras, un pequeño grito inquietante irrumpió en aquel intenso y placentero momento. Ambos corrieron en busca del origen de aquella llamada de auxilio.

De pronto, se encontraron a un pequeño cervatillo apresado por una trampa de cazador, un cepo de afilados y desgarradores dientes.

Palben, consiguió liberarlo mientras Shonnah decidió ir en busca de una adormidera. Él prometió esperarla.

Por el camino, Shonnah sintió un punzón en su interior, simulando los latidos de su corazón, mas era imposible, pues no lo poseía.

Al volver con la planta calmante y alguna que otra más medicinal, realizó una pasta y así procedió a curar al bello cervatillo. Las ayalgas poseen el don de la comunicación con todo Ser que posea alma, así como los animales, o las plantas. Por lo que no le fue difícil tranquilizarlo.

Tras curarle la herida, el cervatillo agradecido le regaló un tierno lametazo en su pequeña y pálida mano.

Palben, la observaba con ternura. Pues veía en ella luz y amor. No conseguía leer sus pensamientos pues a pesar de ser una gran habilidad que poseía, en ella era imposible. Y eso le atraía más aún.

La tarde pasó como si sólo hubiese durado un mero instante.
El Ser misterioso y sensual, se despidió con un beso tierno en las pequeñas y suaves manos de Shonnah, acompañado de una mirada intensa que penetraba en los chispeantes ojos de la ayalga.

<<Hasta la próxima, hija de la Tierra>>



Continuará...

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