Artwork by: Lauri Blank |
Un nuevo día, un nuevo despertar. El primer aliento, el primer suspiro. Shonnah sentía que éste sería un gran día.
La luz del Señor del Cielo atravesaba con elegancia y seductora intención las ramas de los árboles que cercaban la boca de la cueva de la pequeña ayalga, en forma de hermosos rayos de luz dorada e intensa besando con delicadeza la oscuridad que había velado por sus sueños.
Shonnah se levantó con un brillo especial en sus ojos, su cuerpo palpitaba, su cabello cobraba más vida que nunca. Definitivamente, algo había cambiado.
Cuando salió de su cueva, observó que el bosque exhalaba amor puro en toda su esencia. Mabon, el otoño, ya había hecho acto de presencia, y los árboles empezaban a adoptar una postura meditativa. Era irremediable, la nostalgia pretendía invadir su alma, mas Shonnah no estaba dispuesta a rendirse ante sus sombras, deseaba con todas sus fuerzas que este otoño fuera diferente, un otoño lleno de colores, de matices, sensaciones, pasiones y sentimientos incontrolables. Anhelaba vivir intensa y conscientemente.
La ayalga con alas de libélula, decidió entonces realizar uno de sus rituales favoritos, bañándose así totalmente desnuda en su olla favorita, rodeada de sus amigos acuáticos, disfrutando del instante atemporal que tanto necesitaba.
Mientras se sumergía poco a poco en aquel agua turquesa y helada, su piel adquiría un brillo sumamente hermoso, algo característico en las ayalgas del oriente astur.
Entonces, el tiempo se detuvo, logrando que en aquel mágico lugar sólo existiera ella y el placer que aquel instante le proporcionaba.
Al finalizar su ritual, salió de las aguas para reencontrarse con el elemento tierra. Mas algo extraño había sucedido. Su túnica de seda blanca decorada con hiedra y madreselva había desaparecido por arte de magia, o eso pensaba ella.
De pronto, el crujir de una rama caída en el suelo, alertó a Shonnah haciéndole correr hasta ocultarse tras uno de sus amigos leñosos con sangre verde.
En ese instante, una voz seductora y masculina irrumpió con palabras en forma de disculpa:
—Perdona mi torpeza, hermosa ayalga. Creo que esto es tuyo —dijo aquella hermosa y hechizante voz mientras unos brazos extendidos le brindaban su túnica blanca.
Aquella voz no podía pertenecer a ningún otro ser. Sin duda, Palben había vuelto a aparecer agitando el alma de la joven ayalga.
—Gracias, Palben. ¿Cómo acabó mi túnica en tus manos? —preguntó Shonnah con una pequeña sonrisa pícara dibujada por dos labios rosados.
—Lo encontré reposando sobre aquella roca y pensé que podría sentarme bien —contestó bromeando en respuesta a aquella tierna sonrisa—. En realidad no se me ocurrió otro modo de propiciar este ansiado encuentro.
Tras escuchar aquellas palabras capaces de hacerla levitar, su piel cobró vida temblando de pánico.
Entonces, Palben la rodeó con sus brazos, uniendo el pequeño cuerpo de Shonnah al suyo, convirtiéndose ambos en un único ser. Dulce mixtura.
Shonnah no se podía mover, su cuerpo no respondía, sus ojos se humedecían al reconocer aquel sentimiento reencontrado. Ya no había vuelta atrás.
Su cabeza daba vuelas, perturbando con preguntas capaces de llevarla a la locura. Mas Shonnah, con firmeza, decidió desconectar su mente, para dar rienda suelta a la pasión desenfrenada.
Sus manos cobraron vida propia acariciando suavemente el rostro de aquel irresistible y encantador ser, para después recorrer con tórrido deseo cada rincón de su cuerpo, cada poro y cada vello. Todo ello conducido por los besos más apasionados, jugosos, tiernos y al mismo tiempo ardientes que cualquier habitante de aquel mágico bosque hubiera podido imaginar, y mucho menos presenciar.
Palben, seducido por la cálida ternura de la ayalga astur, la cogió en brazos y poco tardó en recostarla con suma delicadeza en la húmeda tierra bien arropada de suave musgo. Sus ojos se clavaron en los de Shonnah, y por un instante todo parecía cobrar vida. Tras aquel instante atemporal, volvió el deseo acompañado de la más poderosa pasión. Sus cuerpos se unieron como piel y carne, retratando dos cuerpos fundiéndose en un único y bello ser.
Entonces ella besó sus labios, y él mordió su cuello, rozando el límite entre el dolor y el placer.
Tras largas horas de sonrisas, complicidad, empatía, pasión, caricias, y juegos placenteros, unidos de las manos alcanzaron el más puro éxtasis.
Un último suspiro acabó acogiendo la noche, un suspiro compartido por dos almas afines. El pequeño cuerpo de Shonnah se preparaba para ser besado por el dios Morfeo. Un cuerpo abrazado, protegido y amado por el irresistible Palben. El sudor que barnizaba ambos cuerpos se convirtió en un bálsamo delatante de una unión sobrenatural.
Es hora de dormir y seguir soñando, hasta un nuevo amanecer.
Continuará...
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